domingo, 22 de septiembre de 2013

La Clave Musical de Jesús (Aproximación desordenada a un breviario poético militante)

Tres términos-temáticos-tiempos parecen juntarse y entretejerse, de manera sorprendente y dialéctica, en el poemario, La clave musical de Jesús, cuya autoría  pertenece al creador y promotor cultural, Hernán Jesús Soto, nacido en Caracas un 11  de diciembre  del año de 1961.  En versos libres, esos tres tópicos apuntan hacia la fe religiosa, el amor y la música. Se trata de un volcarse, en versos conversacionales, fogosos y trashumantes, hacia tres vertientes que, irreparablemente,  arrastran e impelen a un encuentro amoroso-espiritual-rítmico. Esta tríada envuelve a uno y a otro tema, con términos precisos del barrio, a tiempos remotos y, abundantemente, contemporáneos. No hay descanso en esta poesía desaliñadamente hermosa, valiente y de compromiso social con esos tres asuntos cotidianos-existenciales y de todos los tiempos.
Son versos-coronas, de salmodia diaria y muy sentida, que se truecan en Misterios develados, poemas gozosos, en el estricto sentido religioso-amoroso, que al compás de la clave, emblemático instrumento del ejercicio musical del pueblo, asumen un despelote de palmas colectivas entre guataca, carne de fémina y fe popular. En el caso del tiempo,  Herodes es traído a esa matanza contemporánea. Israel mírate en el Holocausto. Vuelve a los caminos de Moisés.  Se requiere lavar las ropas. La solidaridad es militancia.
Una poética callejera, cristocentrista, coloca sus  Cabillas Musicales,  en los acordes de la lluvia (que) viajan en una piel morena, (siempre) en concierto púrpura.  Una fiesta en el cielo/ en la tierra. La particularidad de este poemario pudiera radicar o encontrarse en esa combinación de temas, tan aparentemente, disímiles pero que convergen, con fuerza demoledora, en los cinco golpes, tres por dos, de la clave del son. En este trabajo, El poema no tiene punto de partida / tampoco de llegada / cuando comienza la danza inútil /de la palabras. El vecindario es un concierto celestial y cotidiano de féminas bellas y sabrosas; de abundantes oraciones cantadas. Todo lo anterior vivenciado en un contexto histórico social de ritmo, cadencia y guaguancó callejero. Un trío celestial-amoroso-musical, eso son estos versos. Las épocas saben recorrer su memoria citada; su contundente existencia. En el poemario de Soto, el tiempo es siempre bienaventurado.
El tópico amoroso tiene múltiples facetas, diferentes direcciones, variadas presencias: amor al prójimo, amor a la mujer, categóricamente deseada, carne desbordada y atractiva, encantadora lujuria vecinal, compañeras de desempleo y batallas. Amor por el pueblo Palestino. Sus niños asesinados contienen el volumen de las  lágrimas de Jesucristo. Amor por los poetas amigos, con quienes comparte batallas electorales, escoceses prolijos de lealtad, camaradería, preocupación por el proceso Bolivariano y compromiso con la poiesis. Amor que sabe reconocer al otro o a la otra,  en su calidad profesional y solidaria. Lazos de sincera amistad revolucionaria.
En La clave musical de Jesús, el poeta Hernán Soto, declara su compromiso con la humanidad abatida, doliente, desconsolada, expresada en su solidaridad internacional pero, también, versa sobre su militancia con el amor derramado por ese opuesto histórico complementario: las féminas, rebosadas de carne popular. De igual manera, sus poemas peregrinan lo amoroso en términos de  la máxima de Aquiles Nazoa: “Creo en la amistad como el invento más hermoso del hombre”, así como en el reconocimiento del compatriota con sus valores, vivencias y trayectoria; defectos y errores. El poeta va Cabalgando / en / el lomo de las palabras / Esculpiendo sonidos / Mutando colores y sabores.
La música, cuya máxima expresión vienen a ser las claves del son y el guaguancó, de manos colectivas, deriva de la salsa callejera, de la rumba en el barrio, de la cayapa en el sancocho dominguero, de la descarga de la esquina. Todo ello acompañado de un Jesucristo, caraqueño y caribeño: El Nazareno. Un refugio musical, afinado, se expresa en la clave poética, que siempre guiará la marcha, de este creador de la palabra, bandolero de la lírica citadina. Militancia con la sonoridad del barrio. Los bemoles de un mundo absurdo no impiden la oniria posible: La Paz del Futuro.
En todo este poemario el ruido y la cadencia de las notas musicales se tejen entre versos para dejarnos desnudos ante Dios. Allí es viable comprender que la distancia milimétrica entre la ciencia y la espiritualidad; entre la fe y el cotidiano deseo de la carne femenina; entre el conocimiento que calla y el silencio que toma la palabra. La clave musical / de Jesús es la velocidad / de la luz… La antorcha ardiente / camina por la torrenteras del cielo.
Un  último bolero se hace inolvidable. Los cueros describen la heredad de un tiempo étnico también inmemorable. Un recio sentido de pertenencia melódico agita el canto de los oprimidos. Un Apocalipsis de bemoles, arpegios y acordes despiertan los ensueños en reposo de quienes deambulan la cara maquillada de la ciudad, entre risas y lágrimas. El poema está en su música. Los sonidos descomponen las partituras de agua. La clave  guiará  la batalla, la marcha será purpúrea. Un derramado amor por la vida será un aguacero de plegarias de coros callejos y cantos necesarios.
El bardo, Hernán Soto, se declara cristiano heterodoxo y sus preces, su rezo y plegarias siempre las realiza dos veces porque no sólo las canta sino que las acompaña la clave del son. Cristo se trasmuta, en esta poesía, en música, contundentemente, espiritual y cotidiana, de arrabal jubiloso y amargo. Va al mercado y redacta unidades normativas en figuras jurídicas locales. En el encuentro con Cristo, El Nazareno, sucede de igual manera. Anda desde la acertada cita bíblica hasta el diálogo interreligioso. Un sublime augurio toma la escena mundial, histórica, ese abrazo fraterno, que en una fiesta, se prodigan Mahoma y El Nazareno. Aquí la fe religiosa está desprovista de dogmas. El fundamentalismo, de unos y otros, credos pétreos, se desploma a pedazos en un encuentro de borracha alegranza por la humanidad abatida de guerra e injusticia social. La mano del Quijote asoma sus acertados consejos. No obstante, un reclamo, al mundo contemporáneo, de diaria existencia, aparece entre versos filosóficos y preguntas sin respuestas: Planeta convexo que no asume a Marx y niega a Cristo. La filosofía está borracha de amor, sentencia el poeta.
En los versos libres del trabajo intitulado, La clave musical de Jesús, la poesía se muestra escandalosamente enamorada, llena de liturgia bíblica, solidaridad internacional. Fe popular desparramada en templos, edificios y proyectos de vida. Energía en movimiento. Una poesía despeinada como aquel científico. Antorcha ardiente con nombres de mujeres, las más sabrosas de la tierra, solícitas de empleo y de amores furtivos y aviesos. Una poesía libérrima de laberinto entre pasiones disipadas, que bailan tango en las fronteras del cielo. Es seguro que quien ejecuta la clave es Jesucristo. Es inequívoca  la hechura de un concierto celestial en el barrio. Soto tus lapidarios poemas están llenos de, como dijera el hijo de doña Margot, Ismael Rivera, El Sonero Mayor, mucha alegría, mucha alegría.

Efraín Valenzuela

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