Un día un par de
pies que habían perdido su dueño entraron a un bar a tomar cerveza.
—Disculpen— dijo el
portero. Aquí no puede entrarse sin zapatos.
—Ah, es verdad—
dijeron los pies, y se regresaron a una zapatería. Ahí fueron muy bien
atendidos: encontraron a unos zapatos que les calzaron de maravilla. Entonces
se dirigieron nuevamente al bar, y el portero se alegró mucho de que los pies
estuviesen ahora protegidos y elegantes.
El hombre que había
perdido sus pies estaba muy incómodo, pues los necesitaba para ir a tomar
cerveza; era mediodía y hacía un calor terrible.
El hombre se las
arregló para llegar hasta un taxi, y pedirle lo llevara hasta donde quería ir.
Al llegar a la puerta del bar, el portero le dijo:
—Disculpe señor. No
se puede entrar sin pies.
—No puede hacerme
esto— dijo el hombre. Es muy difícil encontrar unos pies a esta hora.
—No lo es—
respondió el empleado. —Hace poco entraron unos aquí.
—Entonces deben ser
los míos. Solemos tomar cerveza a esta misma hora. Déjeme entrar.
—No puedo— replicó
el portero. —Mejor se los llamo. Espere aquí.
El portero se alejó
a buscarlos, y el hombre pensó que era una gran suerte haber coincidido en
aquel bar. Cuando el portero y los pies regresaron, el hombre no pudo reconocerlos,
pues traían puestos unos extraños zapatos.
—Qué desea?—
preguntaron los zapatos.
—Quiero saber si
esos son mis pies— respondió el hombre. Los necesito para entrar al bar.
Entonces los
zapatos comenzaron a desamarrar sus trenzas.
Al instante, los pies
estuvieron descubiertos, y con gran sorpresa el hombre vio que no eran los
suyos. Los pies volvieron a calzar sus zapatos y, muy contentos de no
pertenecer a nadie, regresaron al bar.
El hombre aún no ha
podido tomarse esa cerveza.
Antología de Microrrelatos: Gabriel Jiménez Emán.