martes, 4 de abril de 2017

El hombre de los Pies Perdidos

Un día un par de pies que habían perdido su dueño entraron a un bar a tomar cerveza.
—Disculpen— dijo el portero. Aquí no puede entrarse sin zapatos.
—Ah, es verdad— dijeron los pies, y se regresaron a una zapatería. Ahí fueron muy bien atendidos: encontraron a unos zapatos que les calzaron de maravilla. Entonces se dirigieron nuevamente al bar, y el portero se alegró mucho de que los pies estuviesen ahora protegidos y elegantes.
El hombre que había perdido sus pies estaba muy incómodo, pues los necesitaba para ir a tomar cerveza; era mediodía y hacía un calor terrible.
El hombre se las arregló para llegar hasta un taxi, y pedirle lo llevara hasta donde quería ir. Al llegar a la puerta del bar, el portero le dijo:
—Disculpe señor. No se puede entrar sin pies.
—No puede hacerme esto— dijo el hombre. Es muy difícil encontrar unos pies a esta hora.
—No lo es— respondió el empleado. —Hace poco entraron unos aquí.
—Entonces deben ser los míos. Solemos tomar cerveza a esta misma hora. Déjeme entrar.
—No puedo— replicó el portero. —Mejor se los llamo. Espere aquí.
El portero se alejó a buscarlos, y el hombre pensó que era una gran suerte haber coincidido en aquel bar. Cuando el portero y los pies regresaron, el hombre no pudo reconocerlos, pues traían puestos unos extraños zapatos.
—Qué desea?— preguntaron los zapatos.
—Quiero saber si esos son mis pies— respondió el hombre. Los necesito para entrar al bar.
Entonces los zapatos comenzaron a desamarrar sus trenzas.
Al instante, los pies estuvieron descubiertos, y con gran sorpresa el hombre vio que no eran los suyos. Los pies volvieron a calzar sus zapatos y, muy contentos de no pertenecer a nadie, regresaron al bar. 
El hombre aún no ha podido tomarse esa cerveza.

Antología de Microrrelatos:  Gabriel Jiménez Emán.

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